En un momento como el actual en el que la mayoría de las cartas de vinos de los grandes wine bar y restaurantes más prestigiosos de ciudades con tanta influencia gastronómica como New York, Paris, Londres o Tokio, se encuentran inundadas de Vinos Naturales; donde incluso en un país como el nuestro los grandes gurús del mundo del vino se hayan posicionado abiertamente a favor de esta corriente; cuando en el país del vino por excelencia Francia el concepto Natural comienza a ser religión hasta para los grandes grupos enológicos,… cuando alguien decide arrancar un nuevo proyecto de elaboración de un vino, tiene toda la lógica del mundo que se base en una viticultura cuando menos orgánica, se apoye en la biodinámica o incluso arriesgue hasta con la no adicción de sulfuroso.
El consumidor global, al menos en ciudades como las que antes hablábamos y muchos también en nuestro país, están totalmente receptivos a esta tipología de vinos e incluso puede llegar un momento en el que solo los acepten de estas características, no solo por tendencia, no solo por personalidad, sino también por un motivo saludable y de respeto al medio ambiente.
Pero ahora hagamos un esfuerzo de retrotraernos a los comienzos de los años 70 y vayámonos a una región como Champagne, arrasada por las 2 Guerras Mundiales, con un clima extremo al límite para conseguir uvas sanas y maduras, donde la industria petroquímica encontró el lugar idóneo (junto con regiones como Burdeos) para recuperar las extensiones de viñedo, multiplicar exponencialmente los rendimientos del mismo y por extensión enriquecer a los apaleados viticultores que recibieron con los brazos abiertos a la viticultura industrial basada en los abonos químicos, los herbicidas y productos de síntesis. Creo que casi todos hubiéramos hecho lo mismo.
Lo que tiene huevos, es que dentro de ese entorno existiera un grupo reducidísimo de locos, no más de 7 en toda la región (entre más de 10.000 viticultores), que a pesar de ver a sus vecinos trabajando la mitad de horas en sus viñedos y consiguiendo producciones que en algunas añadas duplicaban a las suyas, decidieron mantenerse en sus trece y continuar trabajando sus viñedos como aprendieron hacerlo de sus padres y abuelos, de una forma natural, sin el empleo de química. Uno de esos “héroes lunáticos” fue Georges Laval, que poseía a penas 2,5 ha de viñedo la mayoría situadas en el pueblo de Cumieres, donde varias generaciones atrás habían trabajado esa viña (desde 1694). Esta última vendimia de 2017 tuve la fortuna de conocer a ese héroe anónimo al que tanto tiene que agradecer esta región y este vino. La mirada y sonrisa que me regaló, el brillo y orgullo que transmitían sus ojos mientras veíamos con cargaban la pequeña prensa familia con el fruto de sus décadas de trabajo, me hicieron confirmar una vez más que éste es el camino, que la dirección es la correcta.
Viñedos
Georges Laval permaneció firme a su creencia e ideales de viticultura, siempre trabajando su viña de forma orgánica, certificado por Ecocert desde 1971. Esto es extremadamente difícil en una región donde todo el mundo empleaba “venenos” químicos y las parcelas son extremadamente pequeñas (0,18 ha de media). Esto suponía que cuando el vecino aplicada un tratamiento difícilmente tu viña no fuera también fumigada en parte. Para evitarlo George actuó en dos líneas, el primer lugar durante años llevo a cabo un proceso de concentración de parcelas, llego a acuerdos con varios vecinos de viña, para intercambiar parcelas y reunir superficies más grandes juntas, hasta alcanzar las 7 viñas que posee en la actualidad. Además nos contaba una anécdota de lo que tuvo que hacer en tiempos.
En la Champaña hasta hace poco tiempo estaba permitido aplicar tratamientos en la viña en helicóptero, los vecinos del pueblo se ponían de acuerdo y el mismo día fumigaban buena parte del viñedo del pueblo en poco tiempo con la intervención del aparato volador. A Georges esa práctica le lleva los demonios, era inevitable que sus parcelas se vieran bañadas por el “veneno” químico que caía del cielo. Para evitarlo, aunque eso le supusiera trabajar 3 o 4 veces más de lo que debiera, acordaba con sus vecinos de parcela que no se gastarán el encargo del helicóptero, que le dieran el producto que querían aplicar a sus viñas y él con su mochila se encarga de suministrarlo por los viñedos de sus vecinos para con ello evitar que el helicóptero hiciera pasadas al lado de sus parcelas y que estas evitarán la lluvia química. Sin duda este detalle da muestras del tesón y el empeño de un vigneron valiente.